12 de abril, 2020
Ah, ¡qué buena me estaba sabiendo la cerveza allí, a dos mil kilómetros de mi casa, en la ciudad que nunca duerme! Estaba en una reunión de trabajo en Madrid. Cuando llegué no conocía a nadie, salvo a Rosa, la mujer que me había invitado al evento. Era un encuentro de profesionales de diversas disciplinas, reunidos por mor de la empresa anfitriona, Bormeonline, que había querido brindar un espacio y un tiempo para reunir a empresarios con los que trabajaba o podría hacerlo. En cualquier caso, yo, ni corta ni perezosa, bajo la premisa “hola, no conozco a nadie aquí, pero me llamo…” ya me había granjeado algunos conocidos, que gustosos compartían su charla conmigo.
Previamente habíamos podido escuchar la conferencia motivacional de Víctor Kuppers, a la sazón un coach cuyo objetivo es “ayudar a las personas a que vivan y trabajen con valores y con alegría” (sic). Para ser sincera, no contó nada que yo ya no supiera, pero nunca está de más que nos recuerden que debemos mantener nuestra escala de valores alta y nuestra alegría más alta todavía.
Es curioso, pero esas palabras dichas y oídas aquel lejano 11 de marzo, sin saberlo, se han convertido ahora en un mantra casi obligado para la mayor parte de la población de este país. Aunque algo parecido dijo en el siglo pasado Rabindranath Tagore de forma más poética: “Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”.
Pero vuelvo a mi cerveza y a mi charla entre nuevos conocidos que tanto estaba disfrutando… hasta que sonó el móvil. Era un compañero de la universidad que me instigaba a que volviera de Madrid esa misma noche, pues “van a cerrar el espacio aéreo”. ¡Qué exagerado!, pensé, mientras me echaba otro trago al gollete y seguía con mis charlas más o menos transcendentes.
El jueves, 12 de marzo, sin mayores problemas, y después de cerrar un acuerdo de trabajo con mis anfitriones, volvía a Tenerife sin dilación. El vuelo bien, el aterrizaje mejor y de vuelta a casa a descansar de dos días intensos y muy productivos.
Al día siguiente, no se cerró el espacio aéreo que une Canarias con el resto del mundo. Se cerraron las puertas de nuestras casas, una tras otra: plaf, pum, pam… Toc toc, si hay alguien ahí que se manifieste.
Hace hoy un mes que estaba en Madrid paseando tranquilamente por las calles, aprovechando para ver a algún amigo, manteniendo reuniones de trabajo… Y sin embargo, parece que esto hubiera ocurrido hace años; o lo que es peor, parece que fuéramos los protagonistas forzosos de una mala película distópica (en una cadena de televisión han puesto alguna de esta índole estos días; por Dios, ¡que alguien despida al programador!), y estamos esperando a que en los créditos ponga “fin”.
Pero, parafraseando a Gerald Durrell (lectura que recomiendo encarecidamente en estos momentos), mi querida familia, amigos y otros animales, esto es lo que hay y de poco sirve lamentarse. Y si os sentís un poco atribulados o contritos, recordar que Tagore, Premio Nobel de Literatura en 1913, nos dejó una gran enseñanza, que también recoge el sabio refranero español: a mal tiempo, buena cara.
Besos a los cerdos y patadas a los niños.
Nota: la ilustración es Acuerdo recíproco de Kandinsky.