26 de abril, 2020
“Estamos encerrados por un delito que no hemos cometido”, se puede decir más alto, pero no más claro. Y quien así se expresa no es ningún periodista de tertulia diaria, ni empresario notable ni ningún ilustre letrado, y mucho menos ningún político en activo.
Este ya casi axioma, me lo ha espetado esta mañana Lucía, mi madre para más señas. Una mujer de 87 años que vivió la Guerra Civil española y la posguerra, amén de todas las vicisitudes que una vida tan larga conlleva, y teniéndome a mí como hija, disgustos seguro que no le han faltado, aunque para hacer honor a la verdad, bien orgullosa está de que su hija la “descarriada” sea escritora (de poco postín, pero escritora a fin de cuentas).
Pero volviendo a Lucía (todo el mundo le llama por su segundo nombre, Neli, pero a mí me gusta más el primero), en cinco semanas de confinamiento, de hablar con unos, con otros y con los de más allá, a nadie he escuchado decir una frase tan sencilla y contundente al mismo tiempo.
Estamos pagando por una deuda no contraída, por un delito no cometido, por una causa que nos es ajena… O tal vez no tanto, pues posiblemente los humanos hayamos pecado de soberbia, de envalentonados creyendo que podemos alterar el curso de la naturaleza sin que ello traiga consecuencias. Y me temo que no es así, pues de algún modo, como especie que habita este planeta, somos responsables de las acciones que perpetramos en conjunto y de forma individual.
Como reza el proverbio, de aquellos polvos vienen estos lodos, o dicho de otra forma, “la mayor parte de los males que se padecen son la consecuencia de descuidos, errores o desórdenes previos, e incluso de hechos aparentemente poco importantes” (pongo entre comillas la frase, pues no es de cosecha propia).
De esta saldremos, quién lo duda, pero algo habrá cambiado, y siempre podemos aprovechar este encierro obligado para reflexionar sobre nuestras actitudes como seres individuales. Ahora todos nos sentimos harto solidarios, ante una pandemia unimos fuerzas, pero ¿qué pasará el día después? ¿Volveremos a intentar que el mundo pospandemia sea igual al que conocíamos antes? ¿Olvidaremos la solidaridad y seguiremos alimentando la desigualdad?
No, no tengo respuestas para estas preguntas. A fin de cuentas yo soy un individuo más en este conjunto y formo parte del mismo perverso engranaje. Soy igual de culpable que el resto de las personas (bueno, todos son culpables menos mi madre, ¡qué conste!), y también responsable en la medida de mis acciones.
Y con estas incógnitas me quedo, amigos, y disculpad que hoy me haya dado por la filosofía de “andar por casa”, pero, un poco, la culpa la tiene la madre que me parió, quien en su desconocimiento dice palabras sabias donde las haya.
Como decimos en León, besines.