19 de abril, 2020
Matilda, ¿sabes dónde está Pedrito?
Ella me mira fijamente, pero no me responde.
Miro en la cocina; lo busco en el salón, debajo del sofá, debajo de la mesa; reviso en el espacio que destino a la oficina; luego también inspecciono en el baño, detrás de la puerta, en la ducha, donde claro que no está, si no se hubiera duchado conmigo. Y nada.
Luego voy a la habitación, miro debajo de la cama, de los muebles, del sillón donde dejo cada noche la ropa antes de ir a dormir, y donde cada mañana la vuelvo a coger, vestuario que ahora se limita a la ropa más cómoda que tengo para andar por casa.
Voy a la terraza y exploro entre las plantas y muevo la silla en la que cada tarde me siento un rato para disfrutar del sol, que antes de ponerse por el oeste, me hace una “visita”. La misma terraza en la que cada mañana, temprano, tomo mi té, respirando el aire puro que llega desde las calles vacías de la ciudad, y desde donde observo la frondosa copa del milenario ficus (o higuera de Australia) de la plaza San Francisco, que mide la friolera de 15.5 metros, y de la que hace unos días los operarios del ayuntamiento podaban sus ramas, siempre enormes, siempre hermosas, siempre llenas de pájaros que oigo desde mi casa a cada momento.
- En serio, Matilda, ¿has visto a Pedrito?- pregunto un poco más angustiada.
Vuelvo al salón, mientras Matilda me observa, pero sigue guardando silencio.
En la desesperación, abro el armario de la ropa, a lo mejor se ha quedado allí encerrado, pero tampoco lo veo. Antes de volver a cerrarlo miro con añoranza mi ropa, la de invierno, que este año no he puesto casi nada debido al tiempo tan caluroso que hemos tenido en Tenerife; la de primavera, que ahí está, sabiendo que esta estación se quedará en el armario como yo me quedo en casa; y la de verano, que espero poder llegar a poner cuando salga a la calle a ver a mis amigos, a dar un paseo, a tomar una cerveza, y que llevaré en mi maleta cuando viaje a León para pasar las vacaciones en agosto… Espero…
Aprovecharía para ordenar el armario, pero antes del confinamiento ya lo había ordenado por temporadas, por lo que es tontería sacar la ropa de nuevo para ponerla como estaba.
Es tal el orden que mantengo en mi casa –cada uno tiene sus manías- que rara vez pierdo algo, pues cada cosa está en el sitio que yo le he asignado, y, toda vez que la he utilizado, vuelve a su lugar de origen. Por lo que es más extraño, si cabe, que no encuentre a Pedrito, el gato de peluche de Matilda, que lleva en la casa con nosotras desde hace más de doce años.
Matilda lo cuida como si de un cachorro se tratara, lo coge en su boca y lo lleva de un lado a otro de la casa; le lame para dejarlo limpio (y escuálido, de lo estropeado que está el pobre) y cada noche, cuando yo me acuesto, Matilda anuncia con un suave maullido que los dos se vienen a dormir conmigo.
Pero hace varios días –no sé cuántos, en estos momentos pierdo un poco la noción del tiempo- que no veo al gato de mi gata, y después de una búsqueda exhaustiva, sigue sin aparecer.
Definitivamente, Pedrito ha tomado las de Villadiego y se ha ido de casa, porque para él no hay restricciones que valgan, como buen gato de peluche que es.
Si apareciera, os lo cuento, si no, una baja más a contabilizar en este confinamiento.
Besitos de parte de Matilda y míos.