Operación magenta (2025)

Junio, 2025

  • Escucha, –le dijo Gloria- tal vez lo mejor sea que tú sigas con tu trabajo para que logres solucionar el problema que tienes. Yo me voy a casa a investigar lo que pueda sobre esa agencia de viajes. ¿Te parece?
  • No te preocupes, de momento no puedo hacer mucho más. Tengo que esperar a que María me indique qué documentos se enviaron y cuándo –contestó Alfredo, quien cerró su ordenador y se acercó a Gloria.

Unos minutos después, Gloria ya estaba comprobando la solidez de la cama del hotel, una cualidad que cumplía a la perfección, pues superó con creces la “prueba de estrés” a la que Gloria y Alfredo la sometieron con aquellos juegos eróticos que ambos tan bien conocían. La verdad es que, constató Gloria, Alfredo estaba dejándose la piel, casi literalmente, en el sexo, como si quisiera dejar su impronta antes de la cita que tenía con Víctor.

“Supongo que es su forma de marcar territorio”, pensó Gloria cuando intentaba recuperar el resuello, después del embate sexual, tumbada de espaldas sobre la cama, que además de sólida era cómoda. Alfredo estaba a su lado, sin decir nada, tan solo la cogía de la mano.

Ella se soltó suavemente y se fue a por tabaco. Sexo y drogas (legal, pero droga a fin de cuentas), una combinación muy de serie negra que parecía encajar perfectamente con aquella inusual situación en la que ahora los dos se encontraban, como el título de una película de los ochenta del pasado siglo, Sexo, mentiras y cintas de vídeo. El sexo y las mentiras seguían formando parte de la vida de las personas y las caducas cintas de vídeo se habían transformado en sofisticadas aplicaciones con las que podías acceder a todo tipo de información y que, a su vez, guardaban millones de datos personales.

Gloria estaba pensando en aquella referencia tan cinematográfica mientras liaba el cigarro. Su cabeza estaba llena de cientos de citas del cine, de la literatura y de la música que había consumido a lo largo de su vida y que, de una u otra forma, siempre encontraba un hueco donde encajarlas.

De todas formas, allí había sexo, sin duda, y las mentiras eran más bien verdades ocultas, un juego de simulación para evitar llamar a las cosas por su nombre. Ninguno parecía querer, de momento, ponerle el cascabel al gato.

Gloria pensó que una mujer satisfecha es una mujer contenta, y si Alfredo quería demostrarle que era el macho Alfa, por ella encantada. De todo aquel galimatías agotador en el que llevaba metida desde hacía casi una semana, algo bueno tendría que sacar.

Se ducharon y se vistieron. Era la hora de comer y Alfredo le propuso que almorzaran juntos en el restaurante del hotel. El local hacía esquina, tenía grandes ventanales en lugar de pared y una decoración minimalista. La responsable del local les pidió que se desinfectaran las manos y acto seguido les acompañó a una mesa para dos personas, separada con mamparas, junto a una de las ventanas. Gloria nunca había comido allí, pero decían que merecía la pena, pues estaba dirigido por un reputado cocinero de la isla. Miró en su móvil la carta y pensó que por los precios que tenían debía ser más que bueno y servido en platos ribeteados de oro.

Gloria pidió salmón a la plancha con una sofisticada, y fácil de olvidar, guarnición. Y Alfredo eligió carne de ternera, también acompañada de florituras más visuales que nutritivas, y unas papas arrugadas (la cuota canaria a tanto alimento foráneo).

  • ¿Tú crees que el novio de Luisa está implicado de algún modo en la desaparición de Juan? –preguntó Alfredo.
  • Es posible que algo sepa. Discute con Juan y se va al día siguiente de estar nosotros en la casa. La cuestión es que, ahora, no puedo imaginarme qué puede ser. Por eso voy a ver si me entero cómo opera la agencia de viajes.

Cuando acabaron de comer, Alfredo la acompañó hasta la puerta del hotel.

  • Si Víctor te dice algo importante, y no acabas muy tarde, llámame y me lo cuentas –le apremió Alfredo.
  • Vale, pero por si acaso, no me esperes despierto.

Gloria sonrió, dio la espalda a Alfredo y se fue andando, o más bien levitando, en dirección a su casa. Hacía años que no vivía una situación similar, con dos hombres disputándosela; de hecho sus recuerdos al respecto pertenecían al siglo pasado, como casi todas las referencias intelectuales, o seudointelectuales, con las que intentaba explicar las circunstancias de su vida.

Y para rematar esa mañana de intrigas, sexo y citas textuales recordó el estribillo de una canción de un desaparecido grupo coruñés, también del siglo pasado, por supuesto, Los Doré, que decía: “Estás buscando guerra, pues la vas a encontrar”. Toma nota, Alfredo, le dijo mentalmente, antes de pasar a ocuparse de qué se pondría esa noche para el encuentro con Víctor.

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