¿Qué es Tiempo de Cerezas?

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cereza3Tiempo de Cerezas es el blog de Doris Martínez Ferrero, fundadora y gerente de la empresa Marisma Comunicación y formadora en Comunicación Escrita.

Después de casi tres décadas trabajando como periodista y más de un lustro como formadora en el apasionante mundo de la comunicación escrita, como gestora de contenidos y redactora de textos para webs, blogs y otras plataformas virtuales, entendí que todo este conocimiento, adquirido paso a paso y madurado en el árbol como la buena fruta, debía ponerse al servicio de todas las personas que quisieran conocerlo y que estén interesadas en mejorar, más si cabe, sus conocimientos en el mundo de la comunicación escrita.

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El hijo del ferroviario

¿Dónde está el éxito de una empresa como Inditex? ¿Cómo un leonés hijo de familia humilde y nacido en un pequeño pueblo cercano a  la frontera con Asturias –Busdongo de Arbas– pasa a ser una de las mayores fortunas del mundo? Sencillamente, porque Amancio Ortega supo encontrar un espacio en el mundo de la moda que estaba “desierto”, a caballo entre la moda de alta gama y el prêt-à porter, poniendo en valor el concepto de “moda instantánea”, con un cambio constante de las colecciones.

Busdongo de Arbas, León, donde nació Amancio Ortega

Cuando en 1963 Amancio Ortega vendía batas de mujer, entre otras cosas, en una pequeña tienda en la calle San Andrés de A Coruña nada hacía presagiar el ascenso fulgurante del hijo de ferroviario. Sin embargo, la marca Zara va significar un antes y un después en la moda en España en la década de los 70 del pasado siglo.

En 1975 Amancio Ortega y Rosario Mera abren la primera tienda Zara en A Coruña y, acto seguido, empiezan a proliferar las tiendas en España, en el centro de las principales ciudades. Otro de los éxitos del emporio Inditex ha sido la inversión inmobiliaria: normalmente, allá donde se abre una tienda, se compra el local en las zonas de mayor expansión y mayor valor inmobiliario. 

Pero volviendo a la cadena de valor de Zara (vamos a dejar aparte a las otras marcas del grupo), la expansión se produce de forma vertiginosa, y las décadas de los 80 y 90 ya es una marca que cualquier mujer española conoce y que, con toda seguridad, cuenta con alguna prenda en su armario. Zara se convirtió en la ropa de mujer que igual valía “para un roto que para un descosido” (por usar una metáfora del gremio). Tanto su usaba para salir con las amigas una noche cualquiera, como para asistir al día siguiente a una reunión de empresa. Y a un precio asequible a cualquier economía media española.

En la actualidad, el Grupo Inditex es la segunda compañía más grande de distribución de moda en el mundo y su destacada presencia en el mercado internacional ha puesto a Zara, su buque insignia, como una de las marcas más grandes por valoración en la industria. En la estrategia del grupo destacan la innovación tecnológica y un sólido enfoque hacia un modelo de negocio sostenible.

Por el camino se han quedado aquellos insalubres talleres que había en cada pueblo de nuestra España vaciada donde trabajaban las mujeres de la zona para la marca, o la tragedia de los talleres textiles de Bangladesh, donde el hijo del ferroviario fabrica las prendas de ropa que luego lucen las mujeres occidentales. Es verdad que la ya fallecida Rosario Mera creó un centro de ayuda para personas con discapacidad, la Fundación Paideia, con sede en la hermosa plaza María Pita de A Coruña, y que el mismo Ortega ha destinado grandes sumas de dinero a hospitales y otras instituciones sociales: ¿responsabilidad social empresarial?

A las ocho de la tarde en la estación de tren

No hay nadie en la estación de tren. Los bancos están desconchados y la sala de espera vacía y sucia. Ya nadie espera en la “sala de espera” de la estación de mi pueblo. Hubo un tiempo, cuando yo era niña, luego adolescente, y después joven, en que la estación de tren estaba llena de vida. Allí trabajaba un revisor –o tal vez dos, no lo recuerdo-, un señor que vendía billetes y otros hombres –en aquella época las mujeres no trabajan en la estación de tren, salvo las de la limpieza- que gestionaban el tráfico de trenes, que mantenían limpias y en buenas condiciones las vías y los andenes..

Hubo un tiempo en el que por la estación de tren de mi pueblo pasaban y paraban trenes continuamente. Trenes de pasajeros, que venían del País Vasco y se dirigían a Galicia y viceversa; que venían de Madrid, de Barcelona, de Oviedo –bueno de esto último no estoy del todo segura-, de todas partes llegaban trenes; paraban, descargaban pasajeros, se subían otros… y continuaban ruta. Amén de los trenes de mercancías. Toda la noche pasaban y paraban largos y ruidosos trenes de mercancías en ambas direcciones, de este a oeste y de oeste a este. Yo escuchaba pasar estos trenes desde mi cama, en la oscuridad de mi habitación. Mi familia vivía en un piso a trescientos metros de la estación de tren. Si no lograba dormir, contaba trenes… Y también contaba las horas en el reloj de pared del comedor –las en punto, las medias y los cuartos-, el reloj que mi padre heredó del suyo, y que ahora he heredado yo, aunque ya nadie da cuerda al viejo reloj de pared del comedor y lleva años parado, tantos como mi padre muerto.

Ahora en la casa familiar no vive nadie, salvo yo cuando voy de vacaciones o mi sobrina, que se queda por temporadas. Pero cuando vuelvo a casa ya no oigo los trenes pasar. Porque ya casi no pasan y porque mi oído se acostumbró a aquel traqueteo ferroviario de trenes nocturnos. Los trenes de viajeros siguen pasando, pero la mayoría no paran, pasan de largo, a toda velocidad, dejando una extraña sensación de fugacidad, de un tiempo lejano que se escapa.

Cuando yo era niña, nos gustaba quedarnos al lado de las barreras de la vía para ver pasar los trenes. Allí había una pequeña casa, en la que vivía el guardabarreras –esta es una profesión que dejó de existir hace muchos años y con ella desapareció la palabra-. Este señor vivía en esa casa con su familia –al menos así lo recuerdo yo- al lado de las vías del tren. Las paredes de la casa temblaban cada vez que pasaba un tren, por lo que podría decirse que era la casa más “trémula” de todo el pueblo. Por supuesto, ahora ya no está la casa ni ningún señor baja las barreras del tren cuando este atraviesa a toda velocidad el pueblo. Ahora hay un semáforo que pita fuerte, se pone rojo y las barreras bajan de forma automatizada. Como no hay nadie que vigile el paso del tren, más de una vez ha habido algún terrible accidente.

Pero lo que quiero contar es que la estación de tren de mi pueblo fue un lugar importante en otra época –hasta el punto de dar nombre a la parte del pueblo que creció al albur de la misma, y así fue como nos “dividimos” entre los que vivían en el Pueblo y los que vivíamos en la Estación, hasta la actualidad-.

Recuerdo que entonces, a mis amigas y a mí nos gustaba ir a las ocho de la tarde a la estación, la hora en que llegaba el tren de León. Nos sentábamos en un banco y con sonrisa maliciosa esperábamos la llegada del tren que, por supuesto, no llegaba nunca puntual. En aquellos tiempos –los años setenta y ochenta- en España los trenes se retrasaban siempre, era la norma –fue años más tarde, a finales de los ochenta, que tuve conciencia real de la impuntualidad de los trenes en España, cuando cogí uno en Bruselas para ir a Maastricht y comprobé que salía y llegaba en hora a su destino, tal hora y dos minutos, exactamente-; pero no importaba. Mis amigas y yo íbamos a las ocho de la tarde a la estación, cuando podíamos, a esperar el tren que venía de León. Porque a esa hora y en ese tren llegaba todos los días un grupo de varias mujeres prostitutas –no recuerdo cuántas- que venían a trabajar al pueblo. Entonces en mi pueblo había tres puticlubs –así los llamábamos- y sus “empleadas” venían de León. Antes tal vez vinieran de Madrid o de Barcelona o de cualquier otra parte de España, no sé, pero para las jóvenes aventureras que éramos nosotras, ellas eran las putas que venían de León para trabajar en los burdeles del pueblo.

Se sabía que eran las prostitutas porque iban vestidas “para la ocasión” y porque eran jolgoriosas y se reían constantemente. Alguna vez bajaba del tren alguna señora o señor mayor del pueblo que las miraba con recelo, como si aquellas mujeres no tuvieran derecho a viajar en el mismo vagón que ellos. Cosas de aquellos tiempos.

Entonces, por supuesto, no pensaba en esto que ahora me viene a la cabeza: ¿por qué parecían tan felices y divertidas esas mujeres si su profesión era la de acostarse por dinero con hombres, seguro que, como poco, desagradables y babosos? ¿O puede que esa imagen de mujeres jóvenes, con ropas livianas y mucho maquillaje, que reían alegremente esté solo en mi cabeza? Y que en realidad bajaran tristes y taciturnas del tren sabiendo la jornada de trabajo que les esperaba.

Sea como sea, nosotras las observábamos apearse y seguíamos con la mirada el cimbreo de sus caderas camino de sus respectivos lugares de trabajo. En aquellos años no había internet ni redes sociales ni nada parecido, la vida era más sencilla y en un pueblo las diversiones había que crearlas, que inventarlas. Y a nosotras nos gustaba ver a las putas que venían de León, pues aquellas mujeres materializaban lo prohibido, lo libidinoso –por supuesto esta palabra no estaba en nuestro diccionario particular entonces-, el pecado hecho mujer. Nosotras no las juzgábamos –entre otras razones, porque no teníamos capacidad cognoscitiva como para llegar a tanto-, pero, al verlas, nos alcanzaba la risa nerviosa de la joven doncella pillada en una travesura. Y nos imaginábamos a los hombres que iban a ser, unas horas después, sus clientes, aquellos que justificaban la existencia de tres burdeles en un pueblo de poco más de mil habitantes.

A mí personalmente, tres puticlubs en aquel pueblo me parecían demasiados, no entendía –sobre todo porque la mayor parte de los hombres que yo conocía eran todos maridos de alguien- que hubiera para tanto negocio. Pero ¿qué podía saber una chiquilla de doce o catorce años de aquellas cosas?

De aquellos lupanares, uno se convirtió en un bar que aún existe; otro desapareció definitivamente, y el tercero pasó a ser una discoteca y después volvió a ser el puticlub que sigue abierto –y no hay crisis económica ni sanitaria que pueda con él-, aunque no creo que ahora las jóvenes prostitutas lleguen en tren desde León, de hecho seguro que no hay ninguna cuyos padres sean españoles.

Y ahora que lo pienso, tal vez, en mi pueblo pudieron alternar –y nunca mejor dicho- tres casas de lenocinio porque había una bonita estación de tren a la que llegaba gente de todas partes.

Doris Martínez Ferrero

Santa Cruz de Tenerife, 21 de junio, 2021

A las niñas nos contaron cuentos que eran mentira

Patito Feo

A las niñas nos contaron cuentos que eran mentira.

El lobo feroz se come a Caperucita Roja, porque el buen cazador está ocupado en “sus cosas”, y nadie salva a la pobre abuelita.

La Cenicienta deja la casa de la mala madrastra para limpiar, lavar y cocinar en la casa del Príncipe Valiente, ¡valiente príncipe!

A la Bella Durmiente más le hubiera valido quedarse en brazos de Morfeo, pues pasa a ser “posesión” del Príncipe Azul, su supuesto salvador.

Ricitos de Oro se come la comida que ella antes había cocinado, duerme en la cama que había hecho y cuida ella sola de los «enanitos».

Y la Patita Fea se esmera para ser guapa: va a la peluquería, se hace la manicura, va al gimnasio y se compra hermosos vestidos y zapatos de tacón de aguja, pero nunca alcanza a ser el cisne que “los patitos feos” esperan de ella.

A las niñas buenas nos contaron mentiras…

¿Quién puede reprocharnos que ahora nos queramos cargar al lobo feroz; divorciarnos del príncipe valiente; echar de casa al príncipe azul; mandar a los «enanitos» con su padre y clavarle el tacón de aguja a quien se interponga en nuestro camino?

Epílogo a la primera parte de Operación magenta

21 de junio, 2020

Estimadas amigas, lectoras y seguidoras, y su versión masculina, cuando empecé a escribir Cuaderno de bitácora, al principio, y la novela Operación magenta (2025), después, me autocomprometí a que estaría día a día con vosotras/os hasta que el Estado de Alarma llegara a su fin.

Afortunadamente, volvemos a recuperar una cierta normalidad en esta confinada-desescalada vida que hemos tenido durante tres meses. Salimos, viajamos, podemos encontrarnos con nuestros seres queridos… y hacer todo aquello que habíamos pospuesto en contra de nuestra voluntad.

En cualquier caso, en estas circunstancias, es necesario que Gloria y Alfredo sigan investigando, pero con mucha más precaución de la que han tenido hasta ahora. Cada vez están más cerca de saber en qué lio se ha metido Juan, dónde podría estar y qué le ha podido pasar. Pero como la sombra del Gran Hermano, que todo lo ve y todo lo oye, es muy alargada, han decido no hacer públicos sus hallazgos hasta que no logren desentrañar la trama completa.

Dicho de otra  manera, la novela sigue, por supuesto, pues como autora estoy entusiasmada con mis personajes y los conciliábulos que están a punto de sacar a la luz,  pero para conocer el final tendréis que esperar a que se publique el libro. Acaba de empezar el verano, y si Gloria, Alfredo y yo seguimos a este ritmo, es posible que con el cambio de estación, y la caída de las hojas de los árboles, la novela esté ya en las librerías de toda España, y del mundo entero si fuera necesario.

El título de la misma no será Operación magenta, que no está mal, pero no es suficientemente descriptivo. Me lo tengo que currar un poquito más, aunque si tenéis sugerencias al respecto, me encantará escucharlas.

Mis queridos amigos, lectores y seguidores, y su versión femenina, gracias por estar conmigo durante estos tres meses de escritura diaria, y ahora, a unos y a otras, y a otros y a unas, espero veros para tomar una cerveza, disfrutar de una buena comida, en las vacaciones de verano, en un viaje inesperado, paseando por la playa o a la orilla del río. En cualquier caso, como dije en un primer momento, muchos fueron los llamados, pero pocos los escogidos, o mejor dicho, pocos, pero muy buenos, los que decidisteis quedaros conmigo estos tres largos meses.

Querido público, vosotros que habéis leído las aventuras de Gloria y Alfredo durante 34 días, os espero al otro lado de la pantalla del ordenador para abrazaros (o hacer coditos, vamos a ver cómo van las cosas) y agradeceros cara a cara que hayáis “creído” en esta historia de intrigas y pasiones, que se inició sin pretensión ninguna, pero que ha cobrado vida propia y ahora me recuerda cada día que, como a un hijo, tengo que cuidarla y alimentarla hasta que pueda independizarse.

Besos, abrazos y coditos para todas, y también para vosotros.

 

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

Al día siguiente salió a correr, como siempre, a las siete de la mañana. Dirigió sus pasos en dirección al Palmetum, como tantas veces había hecho desde hacía años, pero ahora con una intención determinada: observar con atención aquel lugar que a ella le parecía tan “inofensivo”.

Al pasar las piscinas municipales, en lugar de subir por la pequeña cuesta que daba a un local para eventos y un restaurante, cerrados desde el inicio de la pandemia, y desde donde se cogía el camino de tierra que bordeaba el jardín botánico, se dirigió hacia abajo, a la entrada de la vieja discoteca. En ese momento no había ningún coche aparcado delante. Todavía estaba en pie el último rótulo de la misma; había pasado por diversos empresarios de la noche y cambiado de nombre en varias ocasiones. La entrada principal estaba cerrada con unas recias persianas de metal. A la derecha había una pequeña puerta que también estaba cerrada. Entonces vio algo en lo que nunca antes se había fijado, suponiendo que ya estuviera allí, un portero automático que había en la pared, al lado de la puerta pequeña.

Dentro de una pequeña urna de cristal, para protegerlo, había un cuadro con números, para marcar la clave que abriría aquella cueva de Alí Babá, pensó, y debajo un micro. No difería mucho del portero automático de cualquier edificio. Miró en rededor y no vio nada realmente sospechoso, hasta que se le ocurrió mirar hacia arriba… dos pequeñas cámaras enfocaban la entrada de la exdiscoteca.

“Mierda”, pensó Gloria. Recordó que en una ocasión (o tal vez en dos), había bajado hasta allí, un espacio oculto a los ojos de los viandantes, para aliviar su cargada vejiga, había dejado su impronta más personal en una esquina de la entrada sin saber que desde arriba la estaban observando.

Enfiló por la pequeña cuesta, y llegó a la terraza que bordeaba la sala de eventos y el restaurante, que en la actualidad se encontraban en un estado lamentable. En una observación más atenta, y “de más altura”, vio que sobre el viejo local había una sofisticada antena que parecía, a su lego conocimiento, de telefonía móvil. Siguió por la terraza, que en la parte de la izquierda daba a las piscinas de César Manrique, a aquella hora todavía cerradas, y que presentaban un aspecto bastante singular, con las zonas de hamacas separadas por mamparas; las grandes piscinas departamentadas para evitar aglomeraciones y  cámaras por todo el recinto para controlar a los usuarios más díscolos.

Al llegar al final de la terraza, donde empezaba ya el camino de tierra, observó que en la parte de la derecha, ya dentro del espacio del Palmetum, había otra antena de comunicaciones similar a la anterior, disimulada entre varios palos pintados de verde, para no desentonar con el paisaje. ¡Madre mía!, pensó Gloria, todo aquello había estado ahí y nunca se había fijado. Aquello hacía buena la teoría que aseguraba que, muchas veces, no vemos lo que tenemos delante de nuestras narices, por muy evidente que sea.

Empezó a correr, bajando el ritmo para poder observar con calma, y al dar la vuelta en el recodo del camino, limitado por el mar a la izquierda y el jardín botánico a la derecha, se topó con un tanque de color rojo de agua no potable para el riego…, en teoría, pensó Gloria. A esas alturas, ya todo le resultaba sumamente sospechoso.

Finalizó la vuelta por el camino, salió al paseo marítimo y torció a la derecha para enfilar el tramo asfaltado que daba a la entrada del Palmetum y que dejaba el aparcamiento a la izquierda. Dio la vuelta y ya iba a enfilar de nuevo por el camino de tierra (en un entrenamiento normal, daba varias vueltas al mismo), cuando vio cómo una furgoneta blanca, sin ningún distintivo, se dirigía en dirección a la discoteca. Gloria fingió un tirón en el gemelo derecho y se acercó renqueando lo más que pudo hacía la discoteca. Un hombre joven bajó de la furgoneta, se fue a la parte de atrás y sacó un carro de almacén donde empezó a cargar cajas con alimentos y bebidas.

Sacó su móvil, como si estuviera recibiendo alguna comunicación, aunque lo que hizo fue apagarlo, y siguió observando lo más discretamente posible. El hombre llamó a un timbre que había al lado del micrófono, dijo algo que no entendió y alguien abrió desde dentro la puerta más pequeña.

¡Maldita sea!, se dijo a sí misma, Víctor tenía razón, allí dentro había personas que abrían puertas, comían y bebían.

No quiso arriesgarse más por el momento, pues ya las cámaras la habían fichado y enfiló en dirección al centro de Santa Cruz, empezando a correr de nuevo en cuanto estuvo a la altura de la entrada a las piscinas.

Acabó su entrenamiento y volvió a casa. Se duchó, se cambió y desayunó algo antes de salir para encontrarse con Julia. Mandó un mensaje a Alfredo diciéndole dónde se reuniría con su amiga.

“Estoy aún enfangado con el tema de los documentos, pero si puedo paso”, respondió a su mensaje. Y un minuto después añadía: “Por cierto, ayer no llamaste, espero que fuera todo bien”.

“Todo muy bien, ya te contaré”, respondió Gloria. Sospechaba que podía ser otro día lleno de sorpresas.

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

Se quedaron en la terraza del restaurante, había una mesa libre y desinfectada. Una vez que hubieron hecho la comanda, Gloria volvió al tema que les ocupaba.

  • Todo esto es muy complejo para mí –le dijo a Víctor.- Me pregunto qué tiene que ver el Palmetum con la información que tenía Juan- añadió más para sí misma que para su interlocutor.
  • ¿Qué información?
  • Si te lo cuento, tendría que matarte –bromeó Gloria.- Es un montón de datos que Juan tenía en el ordenador, en un disco duro encriptado, pero prefiero no entrar en detalles. No es que no me fie de ti, es que aún no sabemos qué es realmente.
  • Vale, no te preocupes. Entonces podemos hablar de otras cosas que también me interesan –dijo Víctor acercándose sutilmente a Gloria.
  • ¿Cómo qué? –pregunta retórica. Ya se había abierto la veda.
  • Pues, por ejemplo, me interesa saber qué hay entre tú y Alfredo.

No se esperaba que fuera por aquellos derroteros. ¡Qué cantinela con el temita!, pensó.

  • ¿A qué te refieres? –tenía que fingir que no sabía de qué hablaba.
  • Ya sabes, si estáis liados…
  • En absoluto –mintió.
  • Pues díselo a él, porque creo que no se ha enterado.

Gloria le miró interrogativamente, pero no dijo nada. Víctor se explicó.

  • Me refiero al modo cómo te miraba el otro día cuando nos encontramos los tres.
  • ¿Cómo me miraba? –ahora sí que Víctor había logrado captar su interés.
  • Pues, no sé, como te miro yo cuando estoy contigo…
  • ¡Venga ya!, tú siempre me miras como un viejo rijoso…
  • ¿Un viejo quéeeee?
  • Un viejo verde.
  • Tal vez un poco. Pero no me has contestado a la pregunta.

Gloria apuró la caña y pidió otra, no tanto para pensar la respuesta, que sería la misma que había dado anteriormente, sino para crear un poco de expectación… y porque tenía sed.

  • No hay nada en especial. Simplemente, estamos buscando a su hijo.
  • Labor, por cierto, a la que te has volcado de lleno…
  • Ya sabes que soy una novelera, y me gusta desfacer entuertos.
  • ¿Y no os habéis acostado?

La confianza tenía esas cosas, pensó Gloria.

  • Perdona, pero una señora no habla de un caballero delante de otro caballero.
  • Muy buena respuesta, pero ya veo que sí. ¿Qué hubo entre vosotros?
  • Nos conocimos después del primer confinamiento –estaba claro que Víctor no se iba a conformar con evasivas- Tuvimos una relación, por llamarlo de alguna manera, que duró casi dos años. Yo estaba aquí y él en León, pero nos veíamos con la frecuencia que podíamos. Después un día él no volvió a dar señales de vida y yo tampoco. Y ya está, se acabó.
  • Pero ¿no supiste por qué?
  • No, pensé que habría encontrado a otra mujer y que no tenía huevos para contármelo y yo soy demasiado orgullosa para preguntar. Me tragué los mocos, literalmente, y decidí olvidarlo.
  • ¿Y lo lograste?
  • Bueno, te conocí a ti y el resto ya lo sabes –eludió, una vez más, la pregunta.

Víctor se acercó a ella y le dio un suave beso en la boca, como para certificar sus palabras. Volvió a su comida, que ya estaba terminando, y a la carga.

  • Ya, pero nosotros no somos pareja, si lo sabré yo…
  • Parece que te pesara.
  • Un poco sí. No sé, eres una mujer extraordinaria…
  • Gracias.
  • …Y esta entente cordiale de no agresión en la vida de cada uno, está bien, pero a mí me hubiera gustado algo más.
  • Nunca me lo habías dicho. Creía que este acuerdo de amigos con derecho a roce te venía tan bien como a mí.
  • Ahora sí, qué remedio. Cuando te conocí, pensé que podríamos tener algo más serio, pero me di cuenta de que tú no estabas por la labor. Aunque no lo digas, sabes muy bien cómo manifestar lo que quieres y dónde poner los límites.

Gloria ya había terminado de cenar y miraba a Víctor totalmente sorprendida. Es verdad que nunca habían hablado de ese tema, pero ella daba por sentado que ese tipo relación era beneficioso para ambos. Y lo que era peor, se lo estaba contando justo en aquel momento, en el que la cabeza de Gloria daba vueltas como un tiovivo. Desde luego, no estaba preparada para hablar de ese tema.

  • Pidamos la cuenta, ¿te parece? -indicó Gloria.

Víctor hizo los honores y, como le había prometido, la invitó. Cogieron en dirección a casa de Gloria, ambos iban callados.

  • ¿Me invitas a tu casa? –preguntó Víctor.

Gloria se acercó y le besó.

  • Hoy no, estoy cansada y mañana he quedado muy temprano con una amiga para hablar de la información que te mencioné –mintió.

Víctor la abrazó. Le encantaban los abrazos de oso que daba. Con la pandemia, los abrazos y los besos se habían restringido al ámbito más íntimo. Se habían acabado aquellos arrumacos con amigos cuando te los encontrabas en cualquier momento. La sociedad española, tocona hasta el exceso, había aprendido a morigerarse en sus expresiones físicas. Por eso Gloria aprovechaba un buen abrazo cuando lo tenía. Y aquel era de los buenos.

Él no la soltaba y ella recostó la cabeza sobre su hombro. De repente sintió ganas de llorar. Estaba agotada. Agotada de tanto misterio y tanta indagación estéril; agotada de que todo el mundo se interesara, de repente, por sus sentimientos; agotada por tener que demostrar siempre que la vida de una mujer no termina a los cincuenta años, por mucha leyenda urbana que hubiera al respecto; y agotada por muchas más cosas que en ese momento no podía, ni quería, plantearse.

Se separó de Víctor, quien captó el brillo húmedo en sus ojos, pero no dijo nada al respecto.

  • Bueno, pero te acompaño hasta el portal. No quiero que luego digas por ahí que no soy un verdadero caballero –rio.

Al llegar al edificio, Gloria se despidió de Víctor con un intenso beso. Ya en casa, se quitó las alhajas, el vestido, tiró a un lado de la habitación las sandalias y se desmaquilló. Tanto esfuerzo para nada, pensó. Una vez más, Alfredo se había salido con la suya.

Aunque no pensaba llamarle por teléfono para certificar aquella inútil victoria. Pasara lo que pasara, no se lo iba a poner fácil.

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

Gloria llegó cinco minutos antes a la cita, pero Víctor ya estaba esperándola. La cervecería se encontraba al lado de un pequeño parque cerrado al público, cerca de la iglesia de La Concepción, parroquia matriz de la ciudad, que data del siglo XVI, aunque reconstruida en el siglo XVII tras un incendio. Su arquitectura pertenece al llamado barroco canario y destaca por su elevada torre y por los balcones canarios de la fachada.

Se había sentado en una de las mesas más cercanas al parque y miraba, un tanto ensimismado, hacia la iglesia. Gloria pensó que no estaba valorando el estilo barroco canario, aunque sí podía estar verificando su estructura, a fin de cuentas era arquitecto.

  • Hola –dijo Gloria al acercarse mientras se quitaba la mascarilla.
  • Vaya, estas guapísima –los ojos de Víctor rutilaron de placer.

Gloria pidió una cerveza, esperó a que el camarero la sirviera antes de empezar a hablar.

  • Dime, ¿qué tienes para mí? -preguntó mientras apagaba el móvil, un gesto ya casi automatizado en esos días. Víctor la imitó.
  • Bueno, pregunté qué persona en mi empresa había llevado la obra del parque botánico del Palmetum, me enteré que había sido un compañero que se prejubiló hace un par de años y le llamé para que me contara cómo había sido el desarrollo del proyecto.
  • ¿Y?
  • Sabes que el actual Palmetum era un antiguo vertedero de desechos urbanos, lo cerraron en 1983 y estuvo abandonado hasta que en 1996 se decidió recuperar para la ciudad, un proyecto financiado básicamente por el Gobierno de Canarias.

Gloria sabía todo eso, pero lo que no sabía es lo que Víctor le contó a continuación, que a su vez le relató su excompañero de trabajo: cuando empezó la rehabilitación de la montaña, que tiene 120.000 metros cuadrados, el objetivo era, además de acoger especies de palmeras de todo el mundo, incluidas algunas en peligro de desaparición, alojar en su base una escuela de jardinería y diseño paisajístico y un museo etnográfico de palmeras, además de aulas, salas de reuniones y un herbario.

  • Pero en la actualidad solo está el jardín botánico y una sala de exposiciones…
  • Exacto, y ahí voy. Me contó mi amigo que en 1999 se paró el proyecto, según se dijo entonces era porque no había fondos del Gobierno para financiarlo, incluso se pensó en pararlo definitivamente. Así estuvo hasta 2006.
  • De eso me acuerdo –dijo Gloria.
  • Bien, pues por lo visto el problema no era tanto de falta de fondos como de los fondos propiamente dichos.
  • Un buen juego de palabras, pero ¿qué quieres decir?
  • Según me explico mi amigo, la obra contemplaba realizar una estructura semisubterranea de hormigón, que diera soporte a la zona visible del jardín y que sería el espacio para el museo, las aulas, etcétera. Pero al cavar bajo tierra, por decirlo de alguna manera, se encontraron con las viejas instalaciones que durante la Segunda Guerra Mundial habían servido de refugio a los alemanes.
  • Sí, lo que me contaste el otro día.
  • Se pensaba que el búnker estaría completamente destruido, como tantos otros a lo largo de la historia, entre otras razones a causa del vertedero de desechos. Pero, por lo visto, lo que se encontraron fue un enorme espacio, que ocupa casi toda la base de la montaña, protegido por unos gruesos muros de cemento laminados por dentro, con una escotilla de acceso al mar y otra de escape en la parte que conecta con la ciudad. Recuerda que allí hubo una discoteca, que justo se cerró en aquella época.
  • Sí, yo pensé que había sido porque era un antro con una acústica insufrible.
  • Por lo visto, la escotilla de escape daba a la zona de la discoteca, pero estaba tapada. Dentro aún había restos de viejos aparatos de comunicación, además de armazones de camas, armarios desvencijados y elementos de cocina, pues los soldados debían de pasar allí varios días o, incluso, semanas.
  • ¿No encontrarían la máquina Enigma de los alemanes, verdad? –bromeó Gloria, pues aquello ya era demasiado para su capacidad de entendimiento.
  • Qué imaginación tienes…

“Ya, ahora va a ser que soy yo la imaginativa”, pensó Gloria, quien no dijo nada y siguió escuchando lo que le estaba contando Víctor.

  • Bueno, pues la razón de que se pararan las obras del Palmetum fue que el Gobierno de Canarias pensó que aquel descubrimiento debía de sacarse a la luz –nunca mejor dicho-, incluso se pensó en abrirlo al público como una especie de museo de la guerra. Pero se metió por medio el Ministerio de Defensa y se hizo cargo de aquel lugar y por allí no pasó ningún botánico ni paisajista más. Ahí fue cuando a mi amigo le sacaron del proyecto.
  • Genial, pero ¿y ahora qué?
  • Bueno, ahora es cuando entramos en el mundo de las probabilidades, pues lo que cree mi excompañero es que aquel sitio se rehabilitó para uso de actividades no muy «legales» -Víctor hizo el gesto de las comillas con las manos- para Defensa y los servicios de inteligencia.
  • Pero años después volvieron con el proyecto del jardín botánico, se ha terminado, o medio terminado, y está abierto al público.
  • Qué mejor manera de mantener un lugar secreto que tenerlo bien a la vista.
  • Ya, vale. Vamos a imaginar, que ya es mucho imaginar, que debajo de esa montaña de palmeras se estén llevando a cabo actuaciones ultrasecretas del Estado, pero cómo. Yo corro por el camino que lo circunda con frecuencia y no he visto militares ni nada sospechoso nunca.
  • Sin embargo, yo he visto que siempre hay una o dos furgonetas aparcadas en la entrada de la vieja discoteca.
  • Es verdad… -Gloria se quedó pensando. Ella iba por allí a las siete o siete y media de la mañana y veía vehículos aparcados.
  • Y si es secreto, no creo que vayan con convoyes militares y blandiendo la bandera española.
  • Ufff, no puedo asimilar más ciencia ficción si no como algo –dijo Gloria.
  • Muy bien. Vamos al restaurante de aquí al lado, nunca me acuerdo como se llama, pero se come bastante bien.

Menos mal, pensó Gloria, pues aún quedaba mucha noche por delante y muchas conspiraciones y enigmas que dilucidar.

 

 

 

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

Cuando llegó a casa, Gloria se preparó, como siempre, un té rojo. Mientras el agua se calentaba, encendió su ordenador y también el de Juan. Cuando realizaba esa maniobra, no pudo por menos que mirar hacia el desinfectador que estaba sobre la puerta principal, que daba directamente al amplio salón de su casa donde tenía la zona de despacho. Le dieron ganas de volver a apagarlo, pero no quería arriesgarse a otra visita sorpresa. A cambio hizo el gesto internacional de mostrarle a aquel aparato silencioso el dedo anular de la mano derecha. Un gesto inútil, a efectos reales, pero era la forma de demostrar su rebeldía contra esa política de poder sobre la privacidad de las personas.

En el ordenador de Juan abrió la carpeta número 2 y confirmó que una de las agencias de viajes de las que había información en aquel documento Excel era Babilonia Tours. Con el ratón arrastró el documento hacia la derecha, hasta llegar a la tabla donde estaban indicados los hoteles con los que operaba. Como le había dicho Luisa, la mayoría se ubicaban en el sur de la isla, pero había tres del norte: dos de ellos estaban en Puerto de la Cruz y el otro… ¡el otro era el hotel donde se alojaba Alfredo!

Como era un hotel nuevo desconocía la filiación del mismo. Lo poco que sabía es que la cadena a la que pertenecía, Omega Group, era de capital español. Conocía bien los hoteles del norte que aparecían en la lista, por lo que decidió indagar sobre el hotel de Santa Cruz.

Entró en la web de la cadena Omega Group. Tenía un diseño innovador y muy intuitivo. Comprobó que en Canarias tenían solo ese hotel en Santa Cruz de Tenerife y otro en Las Palmas de Gran Canaria, vinculados al turismo de congresos y viajes de empresa. El resto estaban distribuidos por los destinos más turísticos de la península. En una pestaña anunciaban sus proyectos de expansión, e informaban de que las islas era un destino prioritario en su crecimiento.

Siguió mirando, hasta que llegó a la parte inferior del sitio web. Allí aparecía el logotipo de los fondos de la Unión Europea que se destinaban a los países miembros para su recuperación de la recesión provocada por la pandemia, el Fondo Europeo de Recuperación Nacional, Feren. Y al lado estaba el logotipo del Ministerio de Fomento e Inversiones, el del Ministerio de Asuntos Sociales y el logotipo de la Dirección Nacional de Recursos para Mayores, que era la que, a su vez, gestionaba la Agencia de Atención Vacacional para Mayores.

«Es decir», coligió Gloria, «que esta cadena de hoteles es de titularidad estatal». O dicho de otra manera, el Gobierno tenía su propia cadena de hoteles vacacionales. Tras la crisis, el Estado había insuflado dinero a muchas empresas privadas para evitar su desaparición, y se había convertido en el principal accionista, pero desconocía que hubiera creado su propia marca de alojamientos turísticos. Y además, por lo que pudo comprobar en la web, su fuerte eran los paquetes vacacionales que ofrecía la AAVM.  ¿Por qué ese segmento de edad?, se preguntó Gloria, quien consideraba que no era, en principio, el más rentable.  O tal vez fuera por eso mismo.

Gloria recordó que las residencias de mayores y los geriátricos, anteriormente gestionados por fondos de capital riesgo, habían pasado a manos del Estado para evitar la especulación, casi inhumana, de estos centros que había llevado, en el primer y peor confinamiento, a la muerte en cadena de muchos ancianos que no recibieron la atención hospitalaria requerida. Era lógico que el Estado hubiera tomado cartas en el asunto, e intentara proteger a uno de los colectivos más vulnerable y vulnerado de la sociedad.

Pero de ahí a tener una cadena de hoteles para los viajes vacacionales de los mayores, había una gran diferencia. Además, por lo que estaba viendo se trataba de hoteles de cuatro y cinco estrellas, cuyas tarifas no estaban al alcance de muchas economías.

Volvió a la página Excel del documento de Juan y comprobó que los hoteles que estaban en la lista eran también de lujo, e incluso alguno de lujo superior. Si querían proteger a los más desfavorecidos aquella no era, según entendía Gloria, la forma más apropiada.

Quería entrar en la web de Babilonia Tours cuando comprobó que se le había ido la tarde. Tenía aún que vestirse para encontrarse con Víctor y le quedaba poco tiempo.

Apagó los dos ordenadores y se dirigió al baño. Se pintó los ojos y se arregló el pelo, un tanto desastrado después del encuentro con Alfredo. Abrió el armario y lo primero que vio fue un vestido que hacía unos días le había regalado su amiga Annabel, “para encuentros muy especiales”, le había dicho. Aquel le parecía que podía ser el momento de estrenarlo. Era un vestido negro, con escote palabra de honor ribeteado en dorado. Se estrechaba en la cintura desde donde salía un corto volante que caía con gracia sobre la falda también muy estrecha.

En definitiva, un vestido elegante que marcaba perfectamente las curvas de su cuerpo y disimulaba, aún mejor, sus formas menos atractivas. Se puso unas sandalias negras y una cazadora vaquera encima, que daba el necesario toque informal al atuendo. Cogió un bolso negro y volcó todo el contenido del anterior a ese. La pulsera de Unode50 que tanto le gustaba, dos discretos anillos y ya estaba completo el ajuar.

Se miró en el espejo y dio un aprobado alto a su aspecto, por no exagerar. En el reloj del móvil vio que faltaban quince minutos para las nueve. No importaba si llegaba un poco antes que Víctor, ella desdeñaba esa norma no escrita de que la mujer siempre tiene que hacer esperar al hombre.

Cerró la puerta tras de sí. Ya estaba preparada para el segundo asalto del día.

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

  • Escucha, –le dijo Gloria- tal vez lo mejor sea que tú sigas con tu trabajo para que logres solucionar el problema que tienes. Yo me voy a casa a investigar lo que pueda sobre esa agencia de viajes. ¿Te parece?
  • No te preocupes, de momento no puedo hacer mucho más. Tengo que esperar a que María me indique qué documentos se enviaron y cuándo –contestó Alfredo, quien cerró su ordenador y se acercó a Gloria.

Unos minutos después, Gloria ya estaba comprobando la solidez de la cama del hotel, una cualidad que cumplía a la perfección, pues superó con creces la “prueba de estrés” a la que Gloria y Alfredo la sometieron con aquellos juegos eróticos que ambos tan bien conocían. La verdad es que, constató Gloria, Alfredo estaba dejándose la piel, casi literalmente, en el sexo, como si quisiera dejar su impronta antes de la cita que tenía con Víctor.

“Supongo que es su forma de marcar territorio”, pensó Gloria cuando intentaba recuperar el resuello, después del embate sexual, tumbada de espaldas sobre la cama, que además de sólida era cómoda. Alfredo estaba a su lado, sin decir nada, tan solo la cogía de la mano.

Ella se soltó suavemente y se fue a por tabaco. Sexo y drogas (legal, pero droga a fin de cuentas), una combinación muy de serie negra que parecía encajar perfectamente con aquella inusual situación en la que ahora los dos se encontraban, como el título de una película de los ochenta del pasado siglo, Sexo, mentiras y cintas de vídeo. El sexo y las mentiras seguían formando parte de la vida de las personas y las caducas cintas de vídeo se habían transformado en sofisticadas aplicaciones con las que podías acceder a todo tipo de información y que, a su vez, guardaban millones de datos personales.

Gloria estaba pensando en aquella referencia tan cinematográfica mientras liaba el cigarro. Su cabeza estaba llena de cientos de citas del cine, de la literatura y de la música que había consumido a lo largo de su vida y que, de una u otra forma, siempre encontraba un hueco donde encajarlas.

De todas formas, allí había sexo, sin duda, y las mentiras eran más bien verdades ocultas, un juego de simulación para evitar llamar a las cosas por su nombre. Ninguno parecía querer, de momento, ponerle el cascabel al gato.

Gloria pensó que una mujer satisfecha es una mujer contenta, y si Alfredo quería demostrarle que era el macho Alfa, por ella encantada. De todo aquel galimatías agotador en el que llevaba metida desde hacía casi una semana, algo bueno tendría que sacar.

Se ducharon y se vistieron. Era la hora de comer y Alfredo le propuso que almorzaran juntos en el restaurante del hotel. El local hacía esquina, tenía grandes ventanales en lugar de pared y una decoración minimalista. La responsable del local les pidió que se desinfectaran las manos y acto seguido les acompañó a una mesa para dos personas, separada con mamparas, junto a una de las ventanas. Gloria nunca había comido allí, pero decían que merecía la pena, pues estaba dirigido por un reputado cocinero de la isla. Miró en su móvil la carta y pensó que por los precios que tenían debía ser más que bueno y servido en platos ribeteados de oro.

Gloria pidió salmón a la plancha con una sofisticada, y fácil de olvidar, guarnición. Y Alfredo eligió carne de ternera, también acompañada de florituras más visuales que nutritivas, y unas papas arrugadas (la cuota canaria a tanto alimento foráneo).

  • ¿Tú crees que el novio de Luisa está implicado de algún modo en la desaparición de Juan? –preguntó Alfredo.
  • Es posible que algo sepa. Discute con Juan y se va al día siguiente de estar nosotros en la casa. La cuestión es que, ahora, no puedo imaginarme qué puede ser. Por eso voy a ver si me entero cómo opera la agencia de viajes.

Cuando acabaron de comer, Alfredo la acompañó hasta la puerta del hotel.

  • Si Víctor te dice algo importante, y no acabas muy tarde, llámame y me lo cuentas –le apremió Alfredo.
  • Vale, pero por si acaso, no me esperes despierto.

Gloria sonrió, dio la espalda a Alfredo y se fue andando, o más bien levitando, en dirección a su casa. Hacía años que no vivía una situación similar, con dos hombres disputándosela; de hecho sus recuerdos al respecto pertenecían al siglo pasado, como casi todas las referencias intelectuales, o seudointelectuales, con las que intentaba explicar las circunstancias de su vida.

Y para rematar esa mañana de intrigas, sexo y citas textuales recordó el estribillo de una canción de un desaparecido grupo coruñés, también del siglo pasado, por supuesto, Los Doré, que decía: “Estás buscando guerra, pues la vas a encontrar”. Toma nota, Alfredo, le dijo mentalmente, antes de pasar a ocuparse de qué se pondría esa noche para el encuentro con Víctor.

Operación magenta (2025)

Junio, 2025

Gloria se dirigió directamente al hotel donde se alojaba Alfredo. Allí estaba él, delante del ordenador y hablando por el móvil intentando solucionar aquel entuerto empresarial que tenía. El hotel había sido inaugurado hacía un par de años, y era un establecimiento moderno, que ya llevaba “incorporados” los protocolos de seguridad que se exigían. De hecho, todos los edificios, públicos  o privados, de nuevo cuño estaban obligados a contar con mamparas y zonas separadas por grupos, áreas de desinfección y sistemas de reconocimiento facial, entre otras medidas.

Las personas ya se habían acostumbrado a aquellos extremados controles y habían renunciado “voluntariamente” a una elevada cuota de privacidad en aras de la seguridad y la salud. Pero a Gloria todavía se le atragantaba aquella nueva realidad, que cada vez era más vieja. Procuraba pensar poco en ello, pero con el discurrir de los últimos acontecimientos, le invadía una sensación se claustrofobia, se sentía observada y estudiada como las ratas de laboratorio, que, por cierto, se había prohibido su utilización en la experimentación científica debido a los posibles problemas de contagios de animales a hombres. Ahora se usaban sofisticados robots programados para reproducir con exactitud las características de las personas, verdaderos laboratorios simulados en los que se llevaban a cabo todo tipo de experimentos, la mayor parte de ellos secretos.

A Alfredo le habían dado una habitación en la tercera planta, que daba a una pequeña pero acogedora plaza. Aquel inmueble había sido en tiempos que ya parecían muy lejanos un importante centro comercial, que había quebrado tras la crisis de 2008, un cuento de niños comparada con la crisis que había generado la pandemia de la covid-19 once años después. Pero la vida tenía que continuar y el turismo seguía siendo la principal, y casi única, industria en Canarias.

La habitación no era muy grande, pero estaba decorada en agradables tonos pastel, con una cama de matrimonio, un armario empotrado, una mesa de escritorio al lado de la ventana, y sin ningún elemento decorativo, otra “baja” de la pandemia para evitar posibles focos de contagio. En su lugar, varios carteles informando de las medidas de higiene que había que cumplir a rajatabla.

Alfredo estaba vestido con una camiseta y bermudas. Cuando Gloria lo vio, tuvo un déjà vu de un tiempo, que también parecía historia, cuando él se quedaba en su casa unos días y se ponía cómodo. Con aquella ropa parecía mucho más joven que con los trajes que vestía normalmente, aunque, afortunadamente, hacía tiempo que había prescindido de las corbatas.

  • ¿Has conseguido solucionar lo tuyo? –preguntó Gloria tras lavarse las manos y desinfectarse los pies en un área destinada a ello.
  • No mucho. Además no entiendo qué ha pasado. Iniciamos esta obra hace casi dos meses, y todo estaba en regla. Ahora dicen que falta documentación que yo juraría que se envió en su momento. Llevo toda la mañana hablando con María, mi secretaria, para que lo revise todo, paso por paso. Pobre, la tengo loca.
  • ¿Y tú crees que es casualidad? –Gloria ya desconfiaba hasta de su sombra.
  • ¿Qué quieres decir?
  • Que empezamos a seguir los pasos de Juan y de repente la obra pública –recalcó- que estás haciendo se para y desaparecen documentos…
  • Por Dios, esto es más de lo que puedo llegar a entender.
  • Bueno, vayamos por partes –Gloria intentó contemporizar antes de que perdieran la perspectiva.

Le contó lo que le había dicho Luisa, incluida la pregunta sobre su relación.

  • Qué le importará a ella –dijo Alfredo, quien se había quedado con aquel dato- ¿Y qué le dijiste?

Vaya, pensó Gloria, hoy todo el mundo quiere saber mi opinión al respecto.

  • Pues la verdad –sentenció-. Que no hay nada entre nosotros, que lo hubo, pero acabó hace tiempo.

Alfredo no dijo nada. Se limitó a ir hacia el escritorio y se sentó delante de la mesa.

  • ¿Crees que hay relación entre lo que Juan había descubierto y la agencia de viajes en la que trabaja el coletitas? –tal vez Alfredo envidiara un poco la juventud y la melena de José, dos cosas que él ya había perdido hacía tiempo, lo segundo antes que lo primero.
  • No tengo ninguna duda –aclaró Gloria.- No puede ser casualidad. Lo que creo es que debemos investigar esa agencia a ver…

Gloria interrumpió la frase. Su móvil estaba sonando. Y sabía perfectamente que era Víctor, pues era su sintonía. Cogió el móvil del bolso y por un segundo estuvo tentada a cortar la comunicación, por inoportuna, pero recordó que Víctor se había comprometido a llamarla si tenía alguna información que pudiera serles útil. Descolgó.

  • Hola, guapísima –la voz de Víctor siempre sonaba optimista, como si acabara de ganar la lotería.
  • Hola, Víctor.

Gloria pronunció su nombre para que Alfredo supiera con quién hablaba, no para enfrentar a dos contrincantes, sino todo lo contrario, para rebajar posibles tensiones testosterónicas.

  • Tengo noticias para ti de aquel lugar que hablamos el otro día –dijo Víctor intentando no dar ningún dato revelador. Ya estaba el terreno abonado para la paranoia.
  • Pues mejor nos vemos, ¿no?
  • Sí, pero quiero verte a solas, sin tu partenaire.
  • Jajajajajaja –a Gloria le hizo gracia la denominación de Víctor- De acuerdo. Dime cuándo podemos quedar. Si es importante, mientras antes lo hablemos, mejor.
  • Es muy muy importante –Víctor estaba coqueteando, como siempre, con Gloria.- Te veo hoy a las nueve en la cervecería de la plaza de la Concepción y te invito a cenar.

Gloria pensó que tanta premura se debía más a las ganas que tenía de estar con ella que a la investigación en curso. Pero así estaban las cosas, y no iba a ser ella quien tuviera remilgos ni con uno ni con otro.

  • De acuerdo. Hasta luego.- Colgó y le explicó a Alfredo el motivo de aquella llamada y que quería verla a solas.
  • Ya –Alfredo no dijo nada más.
  • Ah, se me olvidó decirte que mañana quedé con mi amiga Julia, la profesora de Big Data, a las once de la mañana –cambió de tema.
  • Pues no bebas mucho hoy, para que no tengas resaca mañana. –aconsejó Alfredo.

Definitivamente, la berrea de ciervos acababa de empezar.